Un brochazo de historia para entender su origen:
El profesor de historia, Fabio Zambrano, nos cuenta que Bogotá vivió un proceso de modernización lento pero la expectativa de varios eruditos y ciudadanos de la época era otra. Hacia finales del siglo XIX se buscaba “civilizar” a la ciudad, compensando el retraso económico, tecnológico y social que aún se vivía. A partir de este anhelo se instaura una urbanidad que exige comportamientos específicos relacionados con el respeto del orden social, la asignación de vestimentas diferenciadas para hombres y mujeres que dan cuenta de su pertenencia a una clase social, los principios estéticos y morales, el “bien hablar” y las “buenas costumbres”. La prensa de la época se ocupaba de difundir estos mandatos y aunque la pobreza seguía siendo evidente, los ciudadanos y ciudadanas en búsqueda de diferenciarse socialmente o de ascender de “clase social, utilizan el lenguaje, los buenos modales y el protocolo social para compensar el atraso en modernización de la ciudad respecto a las ciudades europeas.
¿De qué estrato eres?
Por otro lado, desde finales de los 80s se implementaron los estratos socioeconómicos en las viviendas con el fin de garantizar el acceso a los servicios públicos básicos (agua, electricidad y gas) que fueron declarados derechos fundamentales para toda la población. De esta forma, se reglamentó que los estratos 5 y 6 subsidiarían los servicios públicos de los estratos 1, 2 y 3, mientras que el 4 quedaría en un punto medio, sin dar ni recibir.
Los estratos son asignados a las viviendas de acuerdo a características físicas y al estado de sus calles aledañas, pero no se tienen en cuenta las condiciones socioeconómicas de las personas que habitan dichos espacios.
El objetivo inicial de este ordenamiento era disminuir la desigualdad social y garantizar condiciones esenciales de supervivencia; sin embargo, esta estrategia ha permeado diversos elementos de las identidades ciudadanas como el lenguaje, la vestimenta, las actividades de tiempo libre, los espacios que habitan y a los que se les restringe su ingreso, las personas con quienes aspiran a relacionarse, los medios de entretenimiento que consumen y hasta los nombres que les son asignados.
¿Se puede ascender en la escala social?
La posibilidad de acceder a la educación superior carga con la anhelada búsqueda de la movilidad social. En un país con una marcada diferencia de clases sociales, este parece ser el mayor logro, no solo por mejorar las condiciones económicas sino por el acceso a espacios, modos de relacionarse y de ser reconocido que, de otra forma se mantendrían en una versión de fantasía. Sin embargo, esta movilidad social comprende elementos que trascienden la capacidad económica pues vinculan expresiones de clase que en muchos casos se consideran atributo esencial de las personas. Así, esto se convierte en un constante recordatorio de nuestra posición en la sociedad.
Y ahora, pensemos…
A partir de lo anterior y con algunas de las conclusiones de la profesora de sociología María José Álvarez Rivadulla, en su estudio ¿“Los becados con los becados y los ricos con los ricos”? Interacciones entre clases sociales distintas en una universidad de elite, podemos identificar ciertos efectos del clasismo, algunos evidentes y otros más sutiles, pero no menos significativos: